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  • Edgar Alan Poe, El Cuervo

el parque

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miércoles, 6 de junio de 2007

SOBREVIVENCIA POR LA VIDA DEL OTRO

“Si veo las cosas claras y él no las ve, ¿qué sentido tiene el permitirle acabar con mi existencia?” Diario de vida, Zenobia Camprubí
Una desconocida para la gran mayoría. Los honores se los llevó siempre Juan Ramón Jiménez, poeta español, autor de” Platero y yo”, entre otros. Zenobia, esposa de Juan Ramón, mujer culta, inteligente, sensible, compañera, amiga y enfermera sempiterna de su “único hijo, Juan Ramón”
Zenobia nace en Costa Brava en 1887, hija de buena familia. Su adolescencia la pasa en Estados Unidos, donde estudia Literatura inglesa. Es merecedora de variados premios por sus poemas y cuentos. Realiza traducciones de Rabindranath Tagore.
Luego del cortejo de J. R., y la evasión de ella durante dos años, por no querer ligarse con un español, los consideraba machista, se casan en 1916. Durante su matrimonio se solventan económicamente de las rentas y los empleos de Zenobia, los ingresos de J. R. eran escasos e intermitentes. Sin embargo, en su diario, este hecho, para lo práctico, resulta menor. J.R. era un enfermo, siendo muy joven ya había sido internado en un centro psiquiátrico, era hipocondríaco, todas las enfermedades las tenía, esta “enfermedad” arrastró a Zenobia incluso a dejar de ser ella.
Sin duda, J.R., sufrió mucho, nadie niega este hecho, pero existen locos y locos, enfermos dignos y conmovedores, algunos que se dañan a sí mismo, pero existen otros que sobreviven a costa de destruir a los demás. Incluso Rilke asegura “Todos morimos de nuestra propia muerte, y de la misma manera creo que todos enloquecemos de nuestra propia locura”.
Es de esta enfermedad que debemos salvarnos. Advertir de su existencia y erradicar los sentimientos antes de hundirnos con ella. Lo que hace la autoanulación de Zenobia más llamativa dentro de los muchos casos semejantes es la potencialidad que tenía esta mujer antes de mutilarse. Zenobia era inteligente, generosa, activa, culta, alegre. Además escribía, el diario publicado por Graciela Palau, que recopila sus escritos desde su matrimonio hasta el día de su muerte, no tiene esa fuerza ni esa voluntad de estilo: está claro que, para entonces, Zenobia, ya ha claudicado. Salvo unas cuantas frases aisladas muy hermosas que demuestran su potencial literario, como cuando explica cómo J. R. se deshace de los borradores de sus escritos: “Rompe el papel en pedacitos con deleite, como si fuera un trabajador quitando el andamio”.
Zenobia escribe su diario, un libro en donde se observan perfectamente las pautas de su relación, una total y completa sumisión. En donde los planes que ella concibe son anulados por los deseos de su marido. Al tiempo de matrimonio, descubre un lipoma en su vientre, J. R. en sus temores de la soledad y de enfrentar las decisiones, no permite que se opere. “Mi primer deseo y más ardiente es ir inmediatamente a la clínica más cercana para que me operen de mi molesta protuberancia, (…) si no pesaran sobre mí tantas tradiciones idiotas iría sin más ni más y ya podría J. R. retorcerse las manos. Es ridículo imponerle algo tan mortificante a otra persona (…). Pero nunca tendré el valor ni la determinación suficiente para deshacerme de mis problemas mientras J. R. esté cerca”. Y así es, los años pasan y Zenobia sigue criando su tumor.
Destruirse por alguien puede llegar a convertirse en un placer perverso y mortífero: a fin de cuentas soluciona la pregunta (angustiosa pregunta) de qué va a hacer uno con su existencia, Zenobia lo confiesa: “Aumenta mi inquietud por llegar a ser útil en la sociedad. Pero estoy conciente de que para dedicarme a otros trabajos tendría que abandonar a J. R., que ahora mismo está necesitando mucha atención. Confundida en cuanto cuál será el mejor camino a seguir”. Finalmente, decidió seguir apuntalando a su neurasténico esposo, conformándose con su papel, contagiándose con las patologías. Ya enfermo, nuevamente en un manicomio, J. R., le concede a Zenobia el valor de su trabajo junto a él, la musa del genio, le escribe: “Fuiste con mi madre, la mejor fuente de mi inspiración”.
Zenobia fallece por un cáncer en su vientre, dos días después que su esposo ha sido merecedor del Nobel de Literatura, 1956. Al año y medio después, J. R., enloquecido de pena, estando encerrado, sin escribir más, la sigue en su camino a la muerte. Encuentran una libreta: “A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz”.
En unas notas de su diario, Zenobia tal vez pensando en sus alas rotas y sueños literarios truncados, anotó: “Cuando regresamos, las nubes se habían abierto hacia el noreste y el resplandor del atardecer hacía que el mundo pareciera nuevo. Y de repente todos los sueños infantiles se hicieron realidad y nos embargó la intensa esperanza de que todo este tiempo de incredulidad hubiera sido un desperdicio de la alegría”.
Katherine Araya Briceño

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